7 de febrer del 2014

Budapest, ciudad de ciudades.

Hace unos días recordé que ya van cuatro años. La mayoría os preguntareis, cuatro años de qué? De uno de los mejores viajes de mi vida. He tenido la suerte de que me concedieran alguna que otra beca para salir al extranjero, entre ellas, la Comenius. Y para que no se quedara solo en eso, se la concedieron también a todas mis amigas. Así, en febrero de 2010 nos embarcamos en una aventura sin igual: descubrir la cultura magiar y sus portadores.

Llegamos después de mil horas de avión, heladas como pollos y un tanto cansadas. Subimos en una especie de minibús con nuestros amigos, compañeros y guías para esos cinco cortos días. 50 km nos separaban del lugar que íbamos a habitar: Esztergom. Encantadora, nevada, fría y con monumentos y lugares en perfecto estado de conservación, como su basílica. Un lugar bañado, como no, por el imponente Danubio. 

Pero dejando de lado la emoción que me embargaba en esos momentos y que hacía que mis ojos parecieran naranjas, grandes y redondas, y que hace ahora que mi opinión sea poco objetiva; he decido centrarme en Budapest, capital de capitales.

Nada más llegar, el viento del este nos da la bienvenida. Los húngaros se ríen, acostumbrados como están a ese frío seco. Hasta la nieve es diferente, blanda, fina, ligera, sorprendente. Dividida en dos por el gran río, llaman mucho la atención las islas habitadas en el centro del mismo, pero lo hace aún más su larga historia repleta de reyes y nobles. Es por eso de obligada visita la Plaza de los Héroes, situada al final de la avenida Andrássy, todo ello Patrimonio de la Humanidad. A los actuales habitantes de la antigua Corona de Aragón les interesará saber que allí se encuentra la estatua del padre de la reina Na Violant, esposa del rei Jaume I (recuerdo que hicimos que los chicos averiguaran toda la historia para contarla en el instituto cuando regresáramos).

Siguiendo las indicaciones de aquellos que conocen la ciudad, nos dirigimos hacia la ciudadela, desde donde se pueden observar las dos antiguas ciudades que ahora conforman la capital: Buda y Pest. Tejados blancos, paraguas cubriendo largos y pesados abrigos, orillas congeladas. Todo se observa desde allí, también nuestra próxima parada: el Parlamento. Con las paredes recubiertas de oro y mármol, se alza a orillas del Danubio, como la gran mayoría de edificios importantes del lugar.

Para nuestra desgracia, la noche acaba por caer y nos obliga a subir al autobús para regresar al hotel, no sin antes concedernos el placer de observar el Puente de las Cadenas, armado de luz hasta la última piedra. Una escena que queda gravaba para siempre en todos y cada uno de los espectadores que tuvo, tiene y tendrá esta ciudad de ciudades.


Recuerdos y sentimientos con los que es imposible contener la sonrisa. Seguro que me entendéis! Y si, al igual que nosotras, necesitáis compartirlo con el mundo, ya sabéis donde hacerlo.

donesdeviatge@gmail.com 

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